EL ORDEN ALFABÉTICO

Siguiendo los consejos de mi piscóloga no profesional, recordé episodios de mi vida que es muy importante relatar.

Cuando yo iba en la primaria, la materia que menos me entraba era Español. A mis siete años aún no conocía con exactitud lo que era el orden alfabético y siempre terminaba enojado porque nunca podía ser el primero de la lista, por más que me esforzaba en los estudios.

Recuerdo que en mi mente formulaba la lógica de las cosas cuando se es niño. Imaginaba a la mamá de Abarca José formada desde las cinco de la mañana en espera de las inscripciones para que su niño fuera el primero en aparecer en la lista.

También recuerdo que imaginaba a la mamá de Zavala toda fodonga y chancluda, por consecuente, huevona y que llegaba a inscribir a su pobre (pero guapísimo) hijo, ya cuando el conserje estaba cerrando la escuela.

Sobre mí, ni preguntaba. Como iba junto con mi hermano en el mismo grupo, siempre sentía un poco de privilegio por estar antes que él en la lista. (Él Oscar, yo Alex). Desde ahí imaginaba que mamá me daba cierta preferencia.

Algo muy importante es que, independientemente de la mamá madrugadora de Abarca, la mamá fodonga y huevona de Zavala y la preferencia hacia mí por parte de mamá, el orden alfabético nunca se apareció en mi mente como principal culpable de mis frustraciones por no estar en el tope de la lista aún siendo el más aplicado de la clase.